En un
mundo real creado por una mente cualquiera (como todo mundo que se precie como tal),
donde todo fue, es y será lo que a mí me de la gana, existe un bar. Un bar tan
oscuro como amado, aunque sea por corazones caducados y depresivos,
buscadores de algo más allá de los ojos de una mujer (o de un hombre con alma).
Suelo
frecuentar ese bar, pues es lo único a lo que podría llamar hogar. Es el único
lugar donde mi pecho se tranquiliza y cree que está haciendo algo provechoso.
Aunque mi cerebro imperfecto sabe que no es así.
En este
bar, al cual no he puesto nombre aún, están mis mejores amigos, si se les puede
llamar así. Digamos que son seres similares a mí. Buscadores, como ya dije.
Mis dos
mejores amigos son el cerdo, llamado así porque lo es literalmente, y el
mapache.
El cerdo es
complaciente con sus amigos, sobretodo conmigo, pues ve en mí algo más que un
hombre de piel peluda y gris con cola de perro. Ve a alguien con dolor. Dolor
por la inquietud que le proporciona su imaginación desmedida y la falta de un
medio por el cual contar sus historias. También hay que decir que odia todo
aquello que no conoce, porque opina que si no lo conoce, es que no merece ser
conocido.
Con la
zarpa en el vaso de whiskey con hielo semiderretido se encuentra el mapache, el
ser más irónico que llegaré a conocer. Meditabundo mira a la camarera, el amor
de su vida. “¿De quién no?”, se pregunta el cerdo. Yo opino lo mismo.
En este bar
todos son artistas, de un modo u otro. El artista no se mide por la calidad de
su obra, se mide por la calidad de sus actos y su aspecto filosófico, si lo
podemos llamar así. Aunque ¡Qué coño! Este es mi propio mundo, y yo usaré los
términos que me de la gana.
Todos son
seres oscuros, grises como mi piel, que en el día a día no soportan la vida y
aquí, nadie llegará a saber por qué (puede que yo si), no desean que llegue la Muerte jamás, sin temerla,
claro está.
Como
Hemingway (el cual nos visita de vez en cuando) dijo: “Aquél que ha amado de
verdad, no teme a la Muerte ”.
Quizás lo dijo con otras palabras, pero me importa poco o nada. El caso es que
aquí todos hemos amado de verdad.
Aquí
también se encuentra la chica de la que yo estoy enamorado. Es una gata,
misteriosa y esquiva, como todas las mujeres de las que me enamoraré después de
ella. Y a ninguna la amaré de forma tan intensa, o eso espero.
Se sienta
al fondo con su copa de vino, y sólo levanta la vista cuando escucha en el
tocadiscos que alguien ha puesto una canción de Tom Waits.
Suelo ser
yo quien las pone, y ella lo sabe. Pero aún no me ama.
Cada noche
sin día pienso: “Si ella me conociera, si supiera como soy por dentro y todo lo
que le podría dar, caería sobre mí, sedienta de mi sangre, de mis ideas y de
mi.”
Muchas
veces creo que esta es la causa de mi maldita frustración. Eso de no poder
demostrar todo lo que soy, de no saber hacerlo de verdad, y no poder hacerla
mía, hace que visite este querido bar todas las noches, esperando la chispa.
Hoy se
encenderá.
-Relléname
esto, princesa.- Dice el mapache a la camarera. – ¿Habéis visto cómo me ha
sonreído? Debería escribirle uno de mis poemas. O quizás dibujar un pequeño
retrato suyo.
-Es la
sonrisa básica de camarera, mapache. Siento decirlo, pero aún no te quiere.
Creo que deberías hablar con ella alguna vez, atreverte. Es cierto que las
mujeres ven más allá de nuestras palabras y saben lo que no podemos imaginar.
Pero nunca estarán seguras de cómo somos de verdad. Eso sólo se demuestra con
palabras o, lo que es lo mismo, actos.
-Lo siento
amigo cerdo, pero no creo que seas un buen consejero en el amor. Eres un cerdo
después de todo.
-No lo
tomaré como un insulto.
-Tómate
otra cerveza entonces.
Serían un
buen dúo cómico, aunque hoy no están especialmente inspirados.
Enciendo un
cigarrillo.
-¿Os habéis
dado cuenta de lo diferente que somos al resto? ¿De lo necesario que somos para
que esta horrenda y hermosa vida cobre algo de sentido? – Pregunto, pero se que
lo saben.
-Lo dices
cada noche. Hoy lo dudo. Pienso que no estaríamos aquí sentados de ser así.-
Sonrisa amarga del mapache.
-También
pienso eso cada noche, pero después de todo, ¿de que serviríamos en otro lugar?
Es aquí donde transcurre lo importante.
-Permita
usted que lo dude, señor perro.
La gata se
levanta. Va al baño, y yo en el borde del camino a su destino. Pienso en lo que
acabo de pensar. Pienso: “Lo escribiré”. Pero luego pienso y repienso que nunca
lo haré.
-¿Cuándo
vas a entrarle a ese pedazo de hembra? Esta para morderle el cuello y no
soltarlo nunca. – Comenta el mapache.
-De vez en
cuando hablo con ella, pero no es el momento.
-¿Y cuándo
será? – Pregunta mi querido cerdo.
-Pues ni
puta idea.
-No seas
como el cerdo, que está esperanzado en que un día llegue una tía y le baje los
pantalones para chupársela.
-Bueno, de
vez en cuando ligo con alguna.- Trata vagamente de defenderse el cerdo.
-Claro, no
eres un tipo feo del todo. Eres un cerdo realmente encantador, si nos ponemos
serios. Pero nunca llegas a nada…
El mapache,
tras decir esto, se queda pensativo.
-Este tipo
de conversaciones son las que hacen que dude de nuestra importancia. Los temas
más mundanos terminan siendo los que más nos interesan.
-No creo
mapache. Son tan necesarios como la música o la escritura. – Le digo.
-Puede ser…
Bah, hoy no me apetece ponerme metafísico.
-Difícil lo
tienes en un sitio así. – Apunta el cerdo.
-Hoy me
apetece que alguien me parta una silla en la espalda. Coger esa botella,
romperla en la mesa, y clavársela en el cuello. Algo de acción real, joder...
-Pues sí,
deberíamos hacer algo así.
Apago el cigarro en el cenicero mientras el cerdo se quita el sombrero para rascarte el cogote.
La gata
sale del baño. Camina. La miro. Me mira. Sonrío. Sonríe. Saluda. Saludo con la
mirada. Se aleja. Se sienta y me vuelve a sonreír.
El mapache me golpea en el hombro.
-Venga
mariconazo, ve para allá.
-Échale
huevos, perro.
Me levanto
con la copa en la mano y me acerco al tocadiscos. Pongo una canción de Tom Waits, All the
World is green. La
miro y sonrío. Por un momento pienso: “Esto es demasiado peliculero y estúpido.
No pega con este ambiente ni con esta historia”. Pero acto seguido digo: “¡Joder! Este
mundo lo he creado yo y haré lo que me de la gana.”
Me acercaré
a ella, me enamorará hasta los huesos y sólo nos acostaremos una vez.
En poco más
de un año me daré cuenta de que fue suficiente.