domingo, 29 de abril de 2012

Un relato de escritura automática


En un mundo real creado por una mente cualquiera (como todo mundo que se precie como tal), donde todo fue, es y será lo que a mí me de la gana, existe un bar. Un bar tan oscuro como amado, aunque sea por corazones caducados y depresivos, buscadores de algo más allá de los ojos de una mujer (o de un hombre con alma).
Suelo frecuentar ese bar, pues es lo único a lo que podría llamar hogar. Es el único lugar donde mi pecho se tranquiliza y cree que está haciendo algo provechoso. Aunque mi cerebro imperfecto sabe que no es así.
En este bar, al cual no he puesto nombre aún, están mis mejores amigos, si se les puede llamar así. Digamos que son seres similares a mí. Buscadores, como ya dije.

Mis dos mejores amigos son el cerdo, llamado así porque lo es literalmente, y el mapache.
El cerdo es complaciente con sus amigos, sobretodo conmigo, pues ve en mí algo más que un hombre de piel peluda y gris con cola de perro. Ve a alguien con dolor. Dolor por la inquietud que le proporciona su imaginación desmedida y la falta de un medio por el cual contar sus historias. También hay que decir que odia todo aquello que no conoce, porque opina que si no lo conoce, es que no merece ser conocido.
Con la zarpa en el vaso de whiskey con hielo semiderretido se encuentra el mapache, el ser más irónico que llegaré a conocer. Meditabundo mira a la camarera, el amor de su vida. “¿De quién no?”, se pregunta el cerdo. Yo opino lo mismo.

En este bar todos son artistas, de un modo u otro. El artista no se mide por la calidad de su obra, se mide por la calidad de sus actos y su aspecto filosófico, si lo podemos llamar así. Aunque ¡Qué coño! Este es mi propio mundo, y yo usaré los términos que me de la gana.
Todos son seres oscuros, grises como mi piel, que en el día a día no soportan la vida y aquí, nadie llegará a saber por qué (puede que yo si), no desean que llegue la Muerte jamás, sin temerla, claro está.
Como Hemingway (el cual nos visita de vez en cuando) dijo: “Aquél que ha amado de verdad, no teme a la Muerte”. Quizás lo dijo con otras palabras, pero me importa poco o nada. El caso es que aquí todos hemos amado de verdad.

Aquí también se encuentra la chica de la que yo estoy enamorado. Es una gata, misteriosa y esquiva, como todas las mujeres de las que me enamoraré después de ella. Y a ninguna la amaré de forma tan intensa, o eso espero.

Se sienta al fondo con su copa de vino, y sólo levanta la vista cuando escucha en el tocadiscos que alguien ha puesto una canción de Tom Waits. 
Suelo ser yo quien las pone, y ella lo sabe. Pero aún no me ama.
Cada noche sin día pienso: “Si ella me conociera, si supiera como soy por dentro y todo lo que le podría dar, caería sobre mí, sedienta de mi sangre, de mis ideas y de mi.”
Muchas veces creo que esta es la causa de mi maldita frustración. Eso de no poder demostrar todo lo que soy, de no saber hacerlo de verdad, y no poder hacerla mía, hace que visite este querido bar todas las noches, esperando la chispa.
Hoy se encenderá.

-Relléname esto, princesa.- Dice el mapache a la camarera. – ¿Habéis visto cómo me ha sonreído? Debería escribirle uno de mis poemas. O quizás dibujar un pequeño retrato suyo.
-Es la sonrisa básica de camarera, mapache. Siento decirlo, pero aún no te quiere. Creo que deberías hablar con ella alguna vez, atreverte. Es cierto que las mujeres ven más allá de nuestras palabras y saben lo que no podemos imaginar. Pero nunca estarán seguras de cómo somos de verdad. Eso sólo se demuestra con palabras o, lo que es lo mismo, actos.
-Lo siento amigo cerdo, pero no creo que seas un buen consejero en el amor. Eres un cerdo después de todo.
-No lo tomaré como un insulto.
-Tómate otra cerveza entonces.

Serían un buen dúo cómico, aunque hoy no están especialmente inspirados.
Enciendo un cigarrillo.
-¿Os habéis dado cuenta de lo diferente que somos al resto? ¿De lo necesario que somos para que esta horrenda y hermosa vida cobre algo de sentido? – Pregunto, pero se que lo saben.
-Lo dices cada noche. Hoy lo dudo. Pienso que no estaríamos aquí sentados de ser así.- Sonrisa amarga del mapache.
-También pienso eso cada noche, pero después de todo, ¿de que serviríamos en otro lugar? Es aquí donde transcurre lo importante.
-Permita usted que lo dude, señor perro.

La gata se levanta. Va al baño, y yo en el borde del camino a su destino. Pienso en lo que acabo de pensar. Pienso: “Lo escribiré”. Pero luego pienso y repienso que nunca lo haré.

-¿Cuándo vas a entrarle a ese pedazo de hembra? Esta para morderle el cuello y no soltarlo nunca. – Comenta el mapache.
-De vez en cuando hablo con ella, pero no es el momento.
-¿Y cuándo será? – Pregunta mi querido cerdo.
-Pues ni puta idea.
-No seas como el cerdo, que está esperanzado en que un día llegue una tía y le baje los pantalones para chupársela.
-Bueno, de vez en cuando ligo con alguna.- Trata vagamente de defenderse el cerdo.
-Claro, no eres un tipo feo del todo. Eres un cerdo realmente encantador, si nos ponemos serios. Pero nunca llegas a nada…

El mapache, tras decir esto, se queda pensativo.

-Este tipo de conversaciones son las que hacen que dude de nuestra importancia. Los temas más mundanos terminan siendo los que más nos interesan.
-No creo mapache. Son tan necesarios como la música o la escritura. – Le digo.
-Puede ser… Bah, hoy no me apetece ponerme metafísico.
-Difícil lo tienes en un sitio así. – Apunta el cerdo.
-Hoy me apetece que alguien me parta una silla en la espalda. Coger esa botella, romperla en la mesa, y clavársela en el cuello. Algo de acción real, joder...
-Pues sí, deberíamos hacer algo así.

Apago el cigarro en el cenicero mientras el cerdo se quita el sombrero para rascarte el cogote.

La gata sale del baño. Camina. La miro. Me mira. Sonrío. Sonríe. Saluda. Saludo con la mirada. Se aleja. Se sienta y me vuelve a sonreír.

El mapache me golpea en el hombro.
-Venga mariconazo, ve para allá.
-Échale huevos, perro.

Me levanto con la copa en la mano y me acerco al tocadiscos. Pongo una canción de Tom Waits, All the World is green. La miro y sonrío. Por un momento pienso: “Esto es demasiado peliculero y estúpido. No pega con este ambiente ni con esta historia”. Pero acto seguido digo: “¡Joder! Este mundo lo he creado yo y haré lo que me de la gana.”

Me acercaré a ella, me enamorará hasta los huesos y sólo nos acostaremos una vez.
En poco más de un año me daré cuenta de que fue suficiente.