Huele a jazmín abierto.
Silenciosamente se acerca mi perro y lametea mis dedos descalzos, haciéndome cosquillas el muy cabrón. Él se para delante de mí a escucharme, mirándome fijamente, haciéndome sentir seguro.
Suelto la guitarra y le acaricio la cabeza contándole que todo va a salir bien.
Me levanto y pongo en el tocadiscos mi canción para soñar.
De repente se abre la cortina de la puerta y sale ella de la casa, con el pelo enmarañado y cara de recién levantada de la siesta.
Dice: "Me encanta ésta canción."
Echa café en nuestras tazas y se sienta a mi lado, en su hamaca.
La miro y no puedo parar de sonreír. Me mira y dice: "¿Qué pasa?", a lo que respondo con una sonrisa aún más amplia.
Cojo la guitarra otra vez y le canto la canción que le escribí.
A ella no le importa lo mal que yo cante, igual que a mí no me importa que nadie más me escuche.
"Qué tonto eres."
Miro el limonero: "Hay que ir cogiendo ya los limones..."